Como una de esas nubes de gas que colapsa, nuestra vida entera nos ronda en la cabeza produciendo pequeñas supernovas, arrasando ideas, sentimientos y recuerdos. Algunas son explosiones y otras implosiones, pero todas nos modifican abismal e imperceptiblemente el camino planeado. No es el mundo, no es la experiencia lo que nos transporta, es tan sólo el caldo de cultivo. En nuestro barco el timón fueron siempre nuestros sentimientos y la manera de manejarlos nuestra capitanía del barco. Y ahora que las supernovas nos dan un respiro, ahora que se ha izado la mayor, el capitán ha bajado a su camarote. Allí descubre que su firmamento ha cambiado, que las constelaciones se han deformado para formar figuras que ahora cuesta reconocer. Y a la sombra del camarote, el capitán saca sus cartas estelares. Casi nada ya se parece a lo de ahí fuera.
Pasos al otro lado de la puerta y cuando se abre, el capitán se ve invadido por la frustración, que enajenada trata de quemar todas los mapas. El capitán sopla la vela y el fuego se apaga. Por hoy has quemado suficiente. La frustración se sienta en una esquina y llora desconsolada. Mientras la mira el capitán manosea la balanza…
“La parte más difícil de mi trabajo es sentarme aquí y averiguar qué he de pesar. La mesa llena y yo no puedo sino preguntarme lo irónico de todo esto. Mañana navegaremos según la balanza. Y sin embargo nada tiene un lado de la balanza y todo es susceptible de ser pesado. Y sin embargo haga lo que haga la balanza caerá donde yo quiera que caiga. Pero aquí estoy, midiendo y remidiendo en busca de la piedra filosofal.”
Y a la sombra del camarote todo será oscuro, y en la oscuridad gateará hasta la cama, y en el silencio se dormirá pues hace mucho que debería de haberse acostado.
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